El carácter mediterráneo de Roses también se refleja en los productos de la tierra. Como el vino, cuya cultura trajeron los griegos llegados a Empúries en el siglo VI a.C. y continuaron los romanos. 27 siglos después, los viñedos siguen profundamente arraigados en esta comarca proponiendo experiencias enoturísticas como la Ruta del Vino DO Empordà, integrada por 24 bodegas y cuatro museos. La localidad rosense es un lugar perfecto para descubrirla paso a paso y degustarla copa a copa, a pequeños sorbos que embriagan los sentidos.
A las afueras de la localidad rosense, la bodega Coll de Roses puede ser un buen punto de partida para una inmersión enoturística en el Empordà gerundense cuyos paisajes están teñidos de viñedos. Y olfateando estos paisajes, una veintena larga de bodegas en pequeños municipios cercanos: Mas Llunes, Masetplana o la Cooperativa Agrícola, en Garriguella; Martín Faixó, en Roses; Espelt Viticultors o Gelamà, en Vilajuïga; Arché-Pagès, Gran Recosind o Grup Oliveda, en Capmany; Celler Cooperatiu, en Espolla; Masia Serra y Vinyes dels Aspres, en Cantallops; Castell de Peralada… Todas ellas ofrecen experiencias inolvidables, entre tintos, blancos, rosados y espumosos de una gran calidad.
Roses invita a saborear garnachas (un tercio de los viñedos empordaneses), macabeos, moscateles o cariñenas, cuya variedad blanca –muy arraigada históricamente en la tierra– ya pueden embotellar las bodegas bajo la DO Empordà desde marzo. Y participa también de los grandes eventos anuales vinculados al mundo del vino, desde el Festival Vívid a la Muestra del Vino de Roses pasando por el Festival Sons del Món que cada verano, desde hace más de una década, une a diferentes localidades del Alt Empordà maridando música y vino en escenarios tan mágicos como la basílica gótica de Santa María, en Castelló d’Empúries, o la Ciutadella rosense. Porque Roses destila embriagador aroma vitivinícola.