Andrew J Linn

Si bien Internet es un invento maravilloso cuando se aprovecha para nuestro beneficio, también pueden ser el canal perfecto para meternos en el lío fenomenal si se deja a su suerte. Un colega decidió recientemente deshacerse de una parte de su pequeña reserva de un vino español premium, Vega Sicilia Único, por lo que se informó a fin de convertirse en un tecnólogo pasajero para venderlo online. Mejor que pagar un anuncio en los clasificados de su periódico local, ¿verdad? Tampoco sería difícil, pensó él, solo cuestión de clicar en algunas casillas de cualquier sitio web que se dedicase a tales fines y listo. 

Todo iba bien hasta que el algoritmo de torno le pidió fotografías. Según las instrucciones, las imágenes tenían que cargarse en un archivo para luego transferirse, algo no tan sencillo de entender para un principiante. Bueno, al cabo de un rato las fotos aparecieron. Asimismo, se solicitaron datos bancarios, aunque proporcionar su número IBAN y otras referencias antes de que el producto se anunciara, y que por consiguiente se hubiese vendido, no le hizo mucha gracia. Pero bien, al fin todo listo, aunque a mi colega no le animó ver en la página actualizada que sus botellas se ofrecían juntos con otros 572 artículos similares, entre los cuales incluso los que se ofrecían a precios más bajos habían estado rondando por allí durante meses, algunos durante años. Así que cerró su ordenador y hizo lo mismo que cualquier amante del vino sensato: invitó a unos amigos para disfrutar una liquidación de existencias. Nunca se empleó la frase de manera más apropiada.

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